“¿Qué será bueno hacer? Ese hombre está haciendo
muchos prodigios. Si lo dejamos seguir así, todos van a creer en Él, van a
venir los romanos y destruirán nuestro templo y nuestra nación”. Pero uno de
ellos les dijo: “No comprenden que conviene que un solo hombre muera por el
pueblo y no que toda la nación perezca”. Por lo tanto, desde aquel día tomaron
la decisión de matarlo.
Lo mismo nos sucede a nosotros: nuestras faltas de
caridad, nuestras críticas, nuestra indiferencia ante el necesitado, y muchos
pecados más, son fruto de un razonamiento, una justificación y una decisión.
Así nos decimos:
“Yo no le ayudo… porque no se lo merece”.
“Yo robo… porque así lo hacen todos”.
“Yo soy infiel… porque es imposible no serlo”.
“Yo no lo perdono… porque si lo hago me volverá a
ofender”.
“Yo no honro mi palabra… porque nadie lo hace”.
“Yo no voy a misa… porque los que van son
hipócritas”.
Y así le pudiera seguir con una lista bastante
amplia de las “excusas” que ponemos para no amar a Dios en el hermano, para no
honrar su presencia en nuestras vidas, para pecar y creernos justificados, tal
como lo hicieron quienes mataron a Jesús.
El pecado no se improvisa y solo lo venceremos
cuando dejemos a un lado nuestros razonamientos, miremos a la Cruz y decidamos
“ponernos del lado del Crucificado y no de los que lo crucificaron”.
Comenzamos la Semana Santa, días especiales para
renovar nuestro corazón, para dejar a un lado nuestras justificaciones y
decidirnos a Amar, como Cristo nos ha amado desde la Cruz.
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