La celebración del Domingo de Ramos es un momento clave en el calendario litúrgico cristiano que nos invita a meditar sobre la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén.
Montado sobre un burro, como lo anunció la profecía de Zacarías, Jesús renunció a las expectativas de un rey poderoso y se presentó como un Salvador humilde y manso.
Esta escena, símbolo de paz y humildad, contrasta
profundamente con los estándares de grandeza establecidos por la sociedad y nos
conduce a una reflexión profunda sobre la verdadera esencia del poder y del
liderazgo.
Recientemente, el mundo fue tocado por un gesto significativo del Papa Francisco al entrar en la Basílica de San Pedro.
Despojado de toda pompa y de los signos externos de poder que suelen acompañar su cargo, el Papa apareció en silla de ruedas, mostrando su fragilidad y su humanidad.
Este acto de kenosis —término griego
que significa “vaciamiento de sí mismo”— evoca el mensaje contenido en la Carta
de san Pablo a los Filipenses, capítulo 2, donde se nos enseña que, siendo
Dios, Jesús no se aferró a su condición divina, sino que se hizo siervo. Esta
identificación con la vulnerabilidad humana resuena profundamente con la manera
en que Jesús entró en Jerusalén, desafiando las nociones convencionales de
poder y grandeza.
La imagen del Papa Francisco, al igual que la entrada de Jesús en Jerusalén, nos lleva a un examen de conciencia.
Para muchos, esta representación puede resultar incómoda, pues pone en crisis la idea de que el liderazgo debe ser glorioso, seguro de sí mismo y revestido de poder.
Sin embargo, esa incomodidad
revela una urgencia: necesitamos comprender verdaderamente el mensaje del
Evangelio, que no exalta la fuerza bruta ni el dominio, sino que glorifica la
compasión, la humildad y el amor.
La elección del burro por parte de Jesús es profundamente simbólica y radical.
En un mundo que valora el estatus y las apariencias, entrar como un siervo humilde revela que el verdadero poder reside en la capacidad de amar y servir a los demás.
El Papa Francisco, al mostrarse vulnerable, nos invita a replantear nuestras nociones de autoridad y dignidad.
Nos recuerda que, en la fragilidad,
podemos encontrar una conexión más auténtica con quienes sufren y con los
marginados de nuestra sociedad.
En tiempos marcados por el egoísmo y la búsqueda del poder, tanto la entrada de Jesús en Jerusalén como la actitud del Papa Francisco nos llaman a revisar nuestras prioridades. La verdadera grandeza, según el Evangelio, se encuentra en la humildad y en la disponibilidad para servir.
El mundo necesita líderes
que inspiren con el ejemplo del amor y del cuidado, no con el miedo ni la
opresión.
Así, al celebrar el Domingo de Ramos, somos llamados a reflexionar sobre el mensaje que queremos encarnar y transmitir. Podemos optar por la humildad y la empatía, o seguir atrapados en las trampas del orgullo y la vanagloria.
La decisión es
nuestra, pero la inspiración proviene de aquel que, en su último caminar
terreno, nos mostró el camino a través de la sencillez y del amor
incondicional.
P.
Roberto Carlos Queiroz Moura
Coordinador
de Pastoral Arquidiocesano
Arquidiócesis
de São Paulo