LEGIÓN PATRICIOS DE BUENOS AIRES
La emoción de un Gendarme al visitar al Papa.
Mientras la tarde se va
durmiendo, acomodo mis pensamientos y, como si estuviera en lo más alto de un
enorme buque a vela, observo el horizonte que se presenta ante mis ojos. Pero, es
lógico, mi vista es limitada: solo veo una parte del inmenso mar y del inmenso
cielo.
Así, en un sentido
figurado, me sitúo entre lo terrenal y aquello que pertenece al universo: Dios
y su obra inconmensurable, que incluye la tierra y la vida que la habita, junto
a los desvelos, las tragedias, y la esperanza, sostén último de todo ser
humano.
El nuevo Papa, Robert
Francis Prevost, León XIV, es el primer Papa agustino y segundo Papa americano.
Él ya está en la silla de Pedro. Dios lo ilumine y le dé la fortaleza necesaria
para afrontar su muy difícil misión en este complejo planeta tierra.
Sigo meditando. Viajo en el
tiempo y me sitúo en una emoción personal muy grande. Se las ofrezco como
testimonio de mi gratitud y de mi eterna esperanza por un mundo mejor.
Ciudad de Buenos Aires, 11 de diciembre de 1998.
“Yendo de la
cama al living”, y sentado en mi escritorio, vuelvo al texto de ayer, mientras
la inspiración me llama. Es casi la hora de levantarme como otros días, solo
que hoy es domingo. Frente a mí, la pantalla. Mi regreso a la cama no es
prioritario. Releo, descubriendo párrafos que, mejorados, describirán de un
mejor modo una emoción que me conmovió para siempre. Y no vuelvo a la cama.
Como en el maratón, con entusiasmo, estoy otra vez en carrera.
Definitivamente
me siento frente a la PC. Dejo de lado lo demás, y escribo. No sé hasta dónde
llegará esto cuando esté pulido, pero adelanto las ideas centrales mientras mi
corazón y la inspiración se unen.
Regla Nro. 1:
en mi vida, como en la de tantas personas, es simplemente “tener fe”.
Reflexión:
“¿qué somos los humanos al lado del
cielo, las montañas y los mares?”
“Que Dios nos dé un amigo”. 2 palabras hermosas
para un creyente: “Dios” y “amigo”.
Juan Pablo II:
un rostro en el cual se percibe “amor
por los demás”.
Ubicación en
tiempo y espacio: noviembre de 1998, Ciudad
del Vaticano, Roma, Italia.
Tema: Visita al Papa Juan Pablo II
por parte del Curso “Oficial de Estado Mayor” de la Escuela Superior de
Gendarmería en un viaje a Europa.
Y la frase
final: “Me siento tan feliz”, es lo que experimenté aquella jornada
memorable.
“LA EMOCION DE UN GENDARME AL VISITAR AL PAPA.
Al intentar
transmitir aquello que me ha impresionado en este viaje de estudios por tres países
europeos, el encuentro con el Papa Juan Pablo II surge como lo más emocionante
y significativo.
Si bien las
visitas a Fuerzas Intermedias afines, monumentos y sitios históricos
constituyen un enorme aporte para nuestra formación integral, la experiencia
del día 18 de noviembre reviste características sobresalientes, por cuanto
hacen a la afirmación de los principios más importantes relacionados con lo
espiritual y con la fe.
Antes de partir,
el saber que visitaríamos al Sumo Pontífice, nos entusiasmó sobremanera y
fuimos compartiendo esa expectativa con seres queridos y amigos.
Pero lo que no
imaginábamos era que el contexto de esa visita haría aún más impactante la
vivencia.
Así, aquella
mañana, al llegar a la Plaza de San Pedro, nos encontramos con contingentes
provenientes de todo el mundo que ingresaban a la Basílica apurando el paso,
exteriorizando su entusiasmo y alegría.
Ya en un inmenso
salón donde se presentaría el Santo Padre, y merced a las amables gestiones de
la Embajada Argentina ante la Santa Sede, tomamos asiento en ubicaciones privilegiadas.
Alguien mencionó que los presentes sumábamos miles, todos sentados en sitios
gestionados con antelación.
En medio de una
gran expectativa, y portando banderas papales, las delegaciones interpretaban cánticos
alusivos, expresando su enorme alegría por estar allí. Luego, la ceremonia se
inició con las palabras de sacerdotes en italiano, francés, alemán, español e
inglés. A su vez, miles de creyentes preparaban sus cámaras fotográficas y de
video.
Los treinta Gendarmes
argentinos, vestidos de uniforme, tratábamos de captar todo, de descubrir, por
sus banderas e idiomas, de dónde provenía cada delegación. Había personas
mayores, jóvenes, niños, militares, policías, cadetes, sacerdotes, monjas y
estudiantes. Entre ellos, muchos enfermos.
Margaritas
amarillas otorgaban un colorido especial al acontecimiento, lo mismo que un grupo
musical que sobresalía, alegrando a todos con ritmos muy bien elegidos para la
ocasión.
En lo personal,
en esos instantes pensé con quien me hubiera gustado compartir esos bellos
momentos, además de mis camaradas. La respuesta fue rápida: me puse de pie dando
la espalda al escenario todavía casi vacío, y de frente a los que estaban
cerca, busqué una familia y les pedí a los padres que me permitieran
fotografiarme con sus pequeños, tratando de perpetuar aquel momento, ya que en
ellos veía a mis hijos.
Esos pequeños desconocidos,
con miradas angelicales, sirvieron de contención al emocionado recuerdo de mis
seres queridos ausentes.
De pronto, todo
pareció indicar que el sucesor de Pedro se haría presente. Justo enfrente
nuestro, y a unos treinta metros, estaba ubicado su sillón, desde donde se
dirigiría a todos.
Lo esperábamos ansiosos.
De pronto, su aparición hizo estallar vítores y aplausos, y luego pañuelos y
cámaras se alzaban en todo el salón. Caminando con lentitud, con su silueta
encorvada, Juan Pablo II buscó el centro del escenario. Se detuvo, se puso de
frente a nosotros, levantó su brazo derecho y regalándonos una enorme sonrisa,
saludó a todos por igual.
La multitud soltó
sus mayores energías aplaudiendo y vivando al Papa. Los flashes estallaban al unísono,
mientras su Santidad tomaba asiento.
Desde sus micrófonos,
los sacerdotes mencionaban a las demás delegaciones presentes, las que, a su
vez, a medida que las nombraban, se ponían de pie y a la distancia saludaban al
Santo Padre interpretando breves y alegres canciones, en una demostración de
amor y gratitud. Luego, Juan Pablo II inició la lectura de su mensaje.
Observando los
rostros cercanos, percibí esperanza, júbilo y emoción. Por un instante nos
olvidamos del mundo convulsionado en que vivimos.
Mientras el Papa
hablaba, un traductor para hipoacúsicos se dirigía a su grupo repitiendo el
mensaje del Sumo Pontífice. Todos permanecíamos en un respetuoso silencio.
En muchas manos,
entremezclados con las cámaras, había rosarios, medallas, imágenes y fotos que luego
serían bendecidas. Su Santidad dedicó la audiencia a los que sufren y a los
niños, otorgándoles su especial bendición.
En determinado
momento Juan Pablo II comenzó a enumerar a algunas de las Instituciones
presentes. Y así, en su perfecto español, y para nuestra enorme sorpresa,
expresó: “Saludo a…Argentina y demás
países latinoamericanos, en especial a los Oficiales de la Escuela Superior de
la Gendarmería Nacional Argentina, reciban ellos la bendición del Espíritu Santo,
para que sean ante Dios, muestra de la renovación del amor”. Nos pusimos
inmediatamente de pie y fuimos aplaudidos. El instante fue de emoción profunda.
Dejé mi cámara y al igual que mis amigos, aplaudí al Sumo Pontífice,
agradeciendo su hermoso gesto.
Fue un instante
de belleza espiritual muy grande en el cual Dios estuvo presente. Sentí orgullo
por nuestra Argentina. La sentí más linda que nunca. Agradecí a nuestra
Gendarmería. Todo era alegría y emoción. Los rostros lo decían todo.
Al retornar a mi
asiento, medité acerca del significado de la figura del Papa en este mundo
nuestro, que se debate entre los sueños, la agitación, el materialismo y la
agresividad. Qué representa él para nosotros y para millones que hubieran
querido estar en ese instante a nuestro lado.
Volvimos a
alentar al Papa aplaudiendo y alzando pañuelos amarillos con el suave fondo
musical de las gaitas que acompañaban las canciones. Esto motivó la reflexión
de mi querido hermano, el Segundo Comandante Carlos Omar Rivas (+), quien, con
el rostro iluminado, me dijo: “¡Con cuánto esfuerzo habrá llegado esta gente
aquí!”.
El Santo Padre
fue concluyendo su mensaje: nos habló de la paz, el hambre, la ecología, y de otros
temas. Con sus últimas palabras renacieron los aplausos y las canciones. Se
despidió bendiciéndonos y comenzó a dirigirse lenta y trabajosamente hacia la
puerta por la que había ingresado. Pero antes de trasponerla, se detuvo, giró
despaciosamente su querida figura y mirándonos con la tierna expresión que le
conocemos, alzó muy alto ambos brazos, recibiendo una gran ovación, estruendosa
y emocionante. Mientras esto pasaba yo recordaba su oportuna mediación en el
conflicto con Chile, en 1978/79, y en silencio le agradecí su intervención.
Ya en el micro, prontos a regresar al hotel, intercambiamos pareceres con otros amigos. A mi lado, los Segundos Comandantes Pablito Irala y Abelito Percara, decían “Ya podemos regresar tranquilos a casa”. Coincidimos en que lo vivido lo había superado todo.
Antes de partir, una monjita pidió permiso para subir al micro y nos saludó, expresándonos que la había alegrado mucho vernos en la audiencia, haciendo algunas referencias sobre nuestra Patria.
De regreso,
absorto en mis pensamientos, me preguntaba qué sentimientos puede inspirar una
persona…alegría, respeto, admiración, amor, esperanza…el Papa no sólo es
querido por su carisma y permanente peregrinar por el mundo. Al ser el
representante de Dios en la tierra, alienta las esperanzas y los anhelos, e
inspira el amor de millones de fieles creyentes, todos agradecidos y
necesitados.
Ya próximos a
atravesar el umbral del tercer milenio, vivimos una experiencia muy particular,
tremendamente emotiva, que en lo personal me ha llevado, entre otras cosas, a
escribir estas líneas, en un intento por atesorar lo vivido y ofrecérselo a todas
las personas que respeto, y a nuestra querida Patria, tan necesitada de fe y
esperanza.
Finalmente, más
allá de mis deseos personales, expreso mi agradecimiento y reconocimiento – y
el de todos- a superiores, camaradas y entidades que, sin ocasionar mayores
costos al Estado, organizaron y aportaron su imprescindible cuota de ingenio y
esfuerzo para que este viaje, y esta inolvidable vivencia, una visita al Papa
Juan Pablo II, fuese realidad.
Jorge Atilio Oliva Varros
Segundo Comandante
Curso Oficial de Estado Mayor Ec Sup GN
Imagen publicada en la Revista de la Escuela Superior de GN, Nro. 22, de diciembre de 1998.
Fue publicado en la Revista “Círculo” (Año 1, Nro. 1, Pág. 46/48), del Círculo de GN de mayo de 1999.
La Audiencia con el Papa Juan Pablo II tuvo lugar el 18 de noviembre de 1998, participando el Curso de “Oficiales de Estado Mayor” de la Escuela Superior de Gendarmería “Gral. de Brigada D Manuel María Calderón”, con 30 Cursantes.
La delegación estuvo presidida por dos caballeros: el Cte. Gral. D Luis Roberto Remy, y el Director del Instituto, Cte. My. D Roberto Miguel Puccio (+).
Respecto del
Papa Juan Pablo II:
-
Nació
en Polonia, el 18 de mayo de 1920.
- Fue elegido Papa el 16 de octubre de 1978.
- Fue el único Pontífice que visitó la Argentina 2 veces: en 1982, durante la guerra de Malvinas, y en 1987.
-
Falleció
en Roma el 2 de abril de 2005.
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