jueves, 29 de septiembre de 2022

Artículo del padre Gustavo Irrazábal "La ética de los derechos humanos se basa en la idea de universalidad, expresión de nuestra condición de seres racionales". SOBERANA COMPAÑÍA DE LOYOLA S.C.L.



 Por Gustavo Irrazábal

El gran filósofo Immanuel Kant nos legó una regla muy simple para saber si una acción que realizamos es buena o mala: “Obra siempre según una máxima que puedas convertir en ley universal”. ¿Está mal robar, mentir o cometer homicidio? Imaginemos que pasaría si existiera una máxima universal que autorizara estos actos. En esta regla se funda una ética objetiva: las acciones no son buenas solo porque las haga yo (o los de mi grupo), ni son malas solo porque las hagan otros. Es cierto que tenemos una tendencia natural a reaccionar así debido al egocentrismo o al sentimiento tribal. Pero al guiarnos por máximas “universalizables” nos comportamos como seres racionales y, por lo tanto, capaces de una mirada crítica sobre nuestras propias acciones y criterios y los de los demás.

La ética de los derechos humanos se basa en esa idea de universalidad, expresión de nuestra condición de seres racionales. Cuando en la Argentina cerramos la terrible etapa de la violencia de los años 70 con el Nunca más (1984) elaborado por la Conadep, nos comprometimos a abrazar ese ideal ético y plenamente racional que enseñaba Kant: descartando la “simetría justificatoria” entre los crímenes de los particulares y el Estado, se repudiaba el terror de ambos bandos, llamando a nuestra democracia “a mantener y salvar los sagrados y esenciales derechos de la criatura humana” (cf. Prólogo de Ernesto Sabato). Aceptamos en aquel momento que todo ser humano, por el solo hecho de serlo, es titular de derechos inviolables e inalienables. Logramos en ese entonces un consenso capaz de unirnos y dar un marco de valores fundamentales a nuestra convivencia política.

Recordar el hito histórico del Nunca más nos permite apreciar la altura de la catastrófica caída que se produjo en nuestra cultura cívica con la apropiación de los derechos humanos por parte de una facción política. Como se sabe, desde 2006 se antepuso al prólogo original un nuevo prólogo firmado por la Secretaría de Derechos Humanos de la Nación, vinculando la represión con el intento de “imponer un sistema económico de tipo neoliberal y arrasar con las conquistas sociales de muchas décadas”, mientras que los crímenes de la subversión se transformaron en “la resistencia popular” que se oponía a que “dichas conquistas fueran conculcadas”.

A partir de entonces, los derechos humanos ya no expresaron un consenso de toda la nación por encima de la política partidaria, sino que comenzaron a ser parasitados por esta última. Pasaron a ser los derechos de unos contra otros: de la izquierda (nunca extrema) contra la derecha (siempre extrema), de los sectores populares contra los antipopulares, de los luchadores sociales contra los represores (y sus descendientes), etcétera. Muchos referentes importantes de la lucha por los derechos humanos traicionaron sus ideales y fueron cómplices en este giro. La regla de la universalización fue descartada, y con ella, la racionalidad ética. El doble estándar se convirtió en la nueva norma, ya no como defecto espontáneo, sino como actitud ideológica libre de escrúpulos. La vida social y política se desbarrancó por la pendiente del tribalismo.

El ejemplo más reciente es el “discurso del odio”. Hay una diferencia esencial entre el llamado directo a la violencia en las calles y la crítica dentro del orden democrático que reclama respuestas institucionales. Esta última puede ser unilateral, excesiva o imprudente, pero no puede ser coartada argumentando el peligro del odio, que es solo una de las tantas reacciones posibles. Sin embargo, precisamente los que hoy incurren en lo primero (delito de sedición) acusan a los que ejercitan su derecho (libertad de expresión), pretextando los sentimientos de las personas, en los que no tiene ninguna competencia el Estado.

La sociedad, sea por impotencia, temor o mala conciencia, ha tolerado demasiado tiempo la virtual discriminación entre ciudadanos de primera y de segunda, juzgados por estándares distintos según su pertenencia social y afiliación política. La Iglesia Católica, como actor social decisivo con indiscutible relevancia ética, junto con las restantes comunidades religiosas y fuerzas vivas de la comunidad civil, debe contribuir a la construcción de un nuevo consenso que ponga fin a esta situación tan injusta como peligrosa e insostenible.

Sin retomar los cauces de la racionalidad no habrá posibilidad de entenderse, y la paz social quedará siempre expuesta al camino sin retorno de la violencia. El punto de partida consiste en desideologizar los derechos humanos y atreverse a plasmar el sueño de Ernesto Sabato en su Prólogo al Nunca más: una democracia que garantice “los sagrados y esenciales derechos de la criatura humana”. Los de todos.

Gustavo Irrazábal - Sacerdote y teólogo. Miembro del Consejo Consultivo del Instituto Acton (Argentina)


 SOBERANA Compañía de LoyOLA
FUNDADOR 1ER "GENERAL"


En esta Iglesia de Nuestra Señora de la Merced de la cual por tradición es devota nuestra familia Pita Argerich Mons Cap Nav D Alberto Carlos Pita. SOBERANA COMPAÑÍA DE LOYOLA S.C.L.



En esta Iglesia de Nuestra Señora de la Merced de la cual por tradición es devota nuestra familia Pita Argerich desde tiempo coloniales, donde se casaron mis padres y fuimos los cuatro hermanos bautizados y tantos antepasados de mis padres, fue ayer también memoria litúrgica de María bajo esta gloriosa advocación nacida en la antigüedad medieval como Patrona de la Orden mercedaria nacida para el rescate y liberación de miles y miles de cristianos esclavizados por los musulmanes. Que hoy María de la Merced siga liberándonos de tantas dependencias en que el hombre actual ha caído con su poderosa intercesión ante su Hijo el divino Libertador del pecado y la muerte. Amén.

jueves, 22 de septiembre de 2022

Francisco Suarez, doctor en teología, sobre EL PAPA HEREJE. Soberana Compañía de Loyola S.C.L.

 


Francisco Suárez (1548-1617), en su De Fide, disputatio 10 De Summo Pontifice, sección 6, §§3-13. Opera omnia, 12: 316-318, declara, como Cayetano, que el papa no pierde su pontificado por razón de su herejía, ya sea oculta o incluso notoria. A continuación, presenta lo que en su opinión es la explicación común de los teólogos. Un papa pública e incorregiblemente hereje (i.e. pertinaz) pierde el pontificado cuando la Iglesia declara su crimen. Esta declaración constituye un acto legítimo de jurisdicción, pero no es una jurisdicción que ejerza un poder superior sobre el papa. En este caso la Iglesia no es representada por los cardenales sino por el Concilio Ecuménico: el cual puede ser convocado por alguien que no sea el papa, ya que no se reúne para definir la fe y la moral.

Suárez explica entonces el punto esencial de su tesis: se niega a decir que en este caso excepcional la Iglesia posee un verdadero poder de jurisdicción sobre el papa. La Iglesia no hace otra cosa que declarar en nombre de Cristo la herejía del Papa, lo que equivale a declarar que el Papa se ha vuelto indigno del papado. Y por medio de esta declaración de la Iglesia, Cristo inmediatamente retira el papado del Papa.

En un tercer momento lógico, el Papa que ha caído de su cargo se hace inferior a la Iglesia y ella misma puede castigarlo. Por lo tanto, la tesis se basa enteramente en una verdad. Esta verdad es que la anterior declaración de la Iglesia que evidencia la herejía del Papa es la condición necesaria y suficiente para que Cristo retire el papado del Papa. Y Suárez prueba esta verdad diciendo que está enunciada en la ley divina de la revelación. En apoyo de esto, Suárez también cita Tito 3:10 junto con un pasaje de la Primera Epístola de San Clemente de Roma que dice que "Petrum docuisse haereticum papam esse deponendum." ["Pedro ha enseñado que un papa herético debe ser depuesto".]

miércoles, 21 de septiembre de 2022

Monseñor Aguer: «Resulta curioso que se despida a los obispos a los 75, y elijan papas de 76, y 77» SOBERANA COMPAÑÍA DE LOYOLA S.C.L.

 


Monseñor Héctor Aguer, Arzobispo Emérito de La Plata, ha cargado en su último escrito sobre la medida vaticana por la cual los obispos han de presentar su dimisión a los 75 años.

El prelado argentino explica que fue el Papa Pablo VI, en 1969, al concretar en medidas las aspiraciones del Concilio, quien estableció una norma general a la que todos deberían someterse: «a los 75 años funcionaría una guillotina romana a la que habría que ofrecer alegremente el cuello. Esa intervención pontificia fue luego incorporada al Código de Derecho Canónico. Los ex obispos son llamados eméritos».

Aguer sostiene que «los obispos no son funcionarios; su jubilación o “emeritazgo” no tiene nada de júbilo, y la pensión suele ser una miseria. Existe ahora, desde la última década, otra penosa categoría: hay obispos cancelados, es decir, anulados, abolidos, borrados de la memoria de sus diócesis y de la misma Iglesia. ¡Que se arreglen como puedan!», lamenta el arzobispo.

«A nadie se le hubiera ocurrido jubilar al representante de Dios Padre, de cuya paternidad participaban -¡y participan, aunque no lo parezca!- los elegidos para presidir la comunidad de los fieles. Actualmente, cuando se ha eclipsado el sentido del Misterio, no es fácil de comprender el vínculo sobrenatural que une al Obispo con su Iglesia», escribe Monseñor Aguer.

Además, el arzobispo emérito de La Plata ironiza sobre el hecho «curioso de que se despida a los obispos a los 75, y elijan papas de 76, y 77, obispos de Roma, y de la Iglesia universal». Aguer no duda en concluir que «la disposición de Pablo VI es un medio inmejorable para que un Pontífice ideologizado –progresista, digamos- liquide a los obispos que viven y actúan en continuidad homogénea con la Tradición, y se proponga con los nombramientos de reemplazo lograr otra homogeneidad, cambiando así en poco tiempo el rostro de la Iglesia».

Monseñor Aguer explica que algo semejante ocurre con el Colegio Cardenalicio, a cuyos integrantes despojan a los 80 años del principal oficio para el cual recibieron la birreta roja. «El Papa, entonces, podría atribuirse el poder de preparar una sucesión acorde con su ideología. Un ejemplo de contraste es cómo Pío XI preparó como sucesor al Cardenal Pacelli, Secretario de Estado, cuando no existía la grieta eclesial ni Roma se había ideologizado», subraya el arzobispo argentino.

«He presentado argumentos que, según considero, descalifican la jubilación de los obispos a los 75 años. Pero podría aportar mi experiencia personal. No deseo incurrir en la autorreferencialidad, por eso solo diré que fui despojado del cargo de Arzobispo Metropolitano de La Plata dos días hábiles después de cumplir los 75; los fieles, y la gente en general, pensaron que el proceso fue indecoroso. Pasé tres años de inexistencia eclesial en la que había sido mi diócesis, hasta que decidí venirme a Buenos Aires, donde resido en el Hogar Sacerdotal, una especie de geriátrico para sacerdotes ancianos o enfermos», subraya monseñor.

Por último, afirma que «gracias a Dios conservo sanas mis neuronas y no he perdido coraje ni constancia. Puedo entonces ejercer de un modo nuevo lo que corresponde principalmente a un Obispo: cuidar la Doctrina de la Fe, y la identidad de la Tradición católica».

martes, 20 de septiembre de 2022

San Agustín un adelantado. SOBERANA COMPAÑÍA DE LOYOLA. S.C.L.

 

"Aunque huyan de la ciudad al campo, de la calle a sus mansiones, o se escondan en lugares ocultos, allí le seguirán sus culpas y sus penas.

Quedarán en la soledad de sus habitaciones, con todo el lujo amontonado. Pero no tendrán lugar donde huir de su propia conciencia. El reproche interior les señalará la repugnacia de su conducta, lo nauseabundo de sus traiciones y el vacío de una vida interior miserable, repudiada por todos" (San Agustín- año 375)

 DON CARLOS GUSTAVO, GENERAL Y COMANDANTE
Ex Presidente del Centro de Egresados de la 
Ex Escuela Nacional de Guerra, luego Ec de Defensa Nacional  


La Legión de Loyola. DISCERNIMIENTO DE ESPÍRITUS. La discreta caridad. Desenmascarar al enemigo que se esconde (decimotercera regla)

  S oberana   C ompañia de   L oyola «Asimismo se hace [el enemigo] como vano enamorado en querer ser secreto y no descubierto. [...] De la ...