Monseñor Héctor Aguer, Arzobispo
Emérito de La Plata, ha cargado en su último escrito sobre la medida vaticana
por la cual los obispos han de presentar su dimisión a los 75 años.
El prelado argentino explica que fue
el Papa Pablo VI, en 1969, al concretar en medidas las aspiraciones del
Concilio, quien estableció una norma general a la que todos deberían someterse:
«a los 75 años funcionaría una guillotina romana a la que habría que ofrecer
alegremente el cuello. Esa intervención pontificia fue luego incorporada al
Código de Derecho Canónico. Los ex obispos son llamados eméritos».
Aguer sostiene que «los obispos no
son funcionarios; su jubilación o “emeritazgo” no tiene nada de júbilo, y la
pensión suele ser una miseria. Existe ahora, desde la última década, otra
penosa categoría: hay obispos cancelados, es decir, anulados, abolidos,
borrados de la memoria de sus diócesis y de la misma Iglesia. ¡Que se arreglen
como puedan!», lamenta el arzobispo.
«A nadie se le hubiera ocurrido jubilar al representante de Dios Padre, de cuya paternidad participaban -¡y participan, aunque no lo parezca!- los elegidos para presidir la comunidad de los fieles. Actualmente, cuando se ha eclipsado el sentido del Misterio, no es fácil de comprender el vínculo sobrenatural que une al Obispo con su Iglesia», escribe Monseñor Aguer.
Además, el arzobispo emérito de La
Plata ironiza sobre el hecho «curioso de que se despida a los obispos a los 75,
y elijan papas de 76, y 77, obispos de Roma, y de la Iglesia universal». Aguer
no duda en concluir que «la disposición de Pablo VI es un medio inmejorable
para que un Pontífice ideologizado –progresista, digamos- liquide a los obispos
que viven y actúan en continuidad homogénea con la Tradición, y se proponga con
los nombramientos de reemplazo lograr otra homogeneidad, cambiando así en poco
tiempo el rostro de la Iglesia».
Monseñor Aguer explica que algo
semejante ocurre con el Colegio Cardenalicio, a cuyos integrantes despojan a
los 80 años del principal oficio para el cual recibieron la birreta roja. «El
Papa, entonces, podría atribuirse el poder de preparar una sucesión acorde con
su ideología. Un ejemplo de contraste es cómo Pío XI preparó como sucesor al
Cardenal Pacelli, Secretario de Estado, cuando no existía la grieta eclesial ni
Roma se había ideologizado», subraya el arzobispo argentino.
«He presentado argumentos que, según
considero, descalifican la jubilación de los obispos a los 75 años. Pero podría
aportar mi experiencia personal. No deseo incurrir en la autorreferencialidad,
por eso solo diré que fui despojado del cargo de Arzobispo Metropolitano de La
Plata dos días hábiles después de cumplir los 75; los fieles, y la gente en
general, pensaron que el proceso fue indecoroso. Pasé tres años de inexistencia
eclesial en la que había sido mi diócesis, hasta que decidí venirme a Buenos
Aires, donde resido en el Hogar Sacerdotal, una especie de geriátrico para
sacerdotes ancianos o enfermos», subraya monseñor.
Por último, afirma que «gracias a
Dios conservo sanas mis neuronas y no he perdido coraje ni constancia. Puedo
entonces ejercer de un modo nuevo lo que corresponde principalmente a un
Obispo: cuidar la Doctrina de la Fe, y la identidad de la Tradición católica».